Quando creo le copertine dei taccuini, scelgo il messaggio in base all'esigenza di avere il giusto contenitore di parole per un determinato momento. I taccuini sono la casa dei pensieri, degli appunti, dei disegni, che in un preciso istante è necessario che prendano forma, trasformandosi in segno.
I taccuini di viaggio sono nati per le partenze.
Le partenze rappresentano una ricerca di me attraverso il passaggio in un luogo.
I taccuini di viaggio sono nati per le partenze.
Le partenze rappresentano una ricerca di me attraverso il passaggio in un luogo.
Il luogo selezionato è un simbolo, dove posso confrontarmi con la mia essenza, o la mia assenza, quel qualcosa di me fino a quel preciso istante sconosciuto.
Non importa dove vado, quanto lontano vado, ciò che importa è lo spostamento, da un luogo certo dove ho messo le radici, ad un altro, dove tutto mi è sconosciuto, come parte di me.
Non importa dove vado, quanto lontano vado, ciò che importa è lo spostamento, da un luogo certo dove ho messo le radici, ad un altro, dove tutto mi è sconosciuto, come parte di me.
Si può viaggiare da fermi.
Miguel l'ho conosciuto senza spostarmi, ha portato a casa mia la sua cultura, le sue parole, e i suoi quaderni, su cui scrive i suoi racconti.
Forse gli incontri non sono mai casuali.
Miguel è Messicano, ama scrivere, ed è su uno di questi quaderni che ha scritto i suoi pensieri sul viaggio.
Diario de viaje
Martes, 04 de Octubre de 2011 10:59
Día uno
Dicen que los viajes ilustran. Si fuera tan fácil los sobrecargos de los aviones serían los hombres más sabios del planeta, pero poder trasladarse es apenas la premisa; los viajes, como pensaba Fernando Pessoa, son los viajeros, por eso unos vuelven desilusionados de Milán y otros disfrutan hasta la comida de Iberia; por eso unos nunca tienen dinero y otros no dejan que el dinero los tenga; por eso unos siempre vuelven y otros desprecian la tierra que dejan. Lo dijo el poeta portugués: «Lo que vemos es lo que somos.»
Yo pensé que sabía qué tipo de viajante era pero de pronto he
olvidado quién soy y es esa ignorancia la que me tiene hecho un mal
viajero. Me esfuerzo en mis recuerdos pero hoy es turbio lo que antes
era claro; hoy enturbio lo que antes era claro, y es el espíritu el que
tiene que sanar.
No es un viaje distinto, es el único viaje posible. A fin de cuentas,
el viaje a través de los países del mundo es sólo un viaje simbólico,
pues a donde quiera que vaya, no es el hombre que viaja sino su alma que
busca.
Por eso el hombre debe poder viajar.
Viajando he conocido a Pepe y a Anita; a Abdel, a Blanca, a Xavi, a
Georgina. Fue en un viaje que conocí a Neus y a Jose, a Leo y a
Mercedes. Era yo el forastero y ellos los extraños que le dieron a mi
alma algo de lo que buscaba. Han sido, no obstante, Jesús y Lilia, nunca
viajado en avión, los que me han dado las más grandes ilustraciones de
la vida.
Viajando, he hablado en otras lenguas con Ran, con Douglas, con Leon,
con Nuno y con Alessandro, pero ha sido el español en la boca de una
niña que aprendía a hablar el que me ha conmovido hasta las lágrimas. En
medio del viaje he escrito de Martha y Rosamaria y gracias al viaje es
que he venido conociendo a Wendy, a quien tiene de viaje la búsqueda de
su propia alma.
Fue también en un viaje que conocí a Roberta; Roberta debió conocerme
también porque cuando dejé su casa me regaló una pequeña libreta que,
pensada para un viajero, reproducía la idea del viaje simbólico; un
pensamiento de Andrei Tarkowsky que comenzaba diciendo: «Hay un solo
viaje posible: Aquel que hacemos en nuestros mundo interior.»
Creo, estoy seguro, que los grandes viajes son efecto de la
globalización. Si como pensaba Tarkowsky, todo viaje es un viaje
interior, deben ser varios los miles de kilómetros que al final saldrían
sobrando si pudiéramos hacer ese viaje, el único gran viaje, sin cruzar
océanos.
Pero ahora viajamos y vemos otras culturas, hablamos idiomas que no
son los nuestros y compramos monedas que nunca pagaríamos. Al final, lo
mejor que nos queda es el asombro y la riqueza que adquiere el alma
cuando su rutina le impide asombrarse del vecino y de la propia patria. Y
regresamos y vemos que lo mejor ya lo teníamos, o no volvemos porque
nuestra alma se vuelve perezosa y necesita que sea lo desconocido lo que
venga a zarandearla. Regresamos y percibimos que para ensanchar el alma
hacen falta muy pocos recorridos: los que se hacen al encuentro del
otro, el más cercano, el más parecido. O no volvemos y nunca advertimos
que viajar es un estado de ánimo.
Viaja con nosotros la casa de nuestra alma; la llevamos en el viaje
como una tortuga su coraza y a unos nos pesa y a otros les hace el viaje
más ligero, pero a todos, a todos nos acompaña (el viaje es el
viajero).
Dejamos cosas y personas y al volver nos damos cuenta que, como
también pensó Tarkowsky, es como si no hubiéramos regresado, pues el
hombre no puede regresar al punto del que ha partido porque, durante el
viaje (todo viaje), cambia. O no cambia, se encuentra.
«De sí mismo no se puede huir.»
La ironía es que haya que salir, salir de uno mismo, para luego saber
que todo lo necesario es justo lo que llevamos en la casa de nuestra
alma y que lo demás es prescindible. La paradoja es que haya que
recorrer camino para volver al único lugar del que no podemos salir: el
nosotros mismos. Lo absurdo es que, estando tan cerca, a veces no
sepamos cómo llegar a ese lugar y tengamos que seguir viajando.
Esta es la mejor explicación a un viaje que a veces convierto en
destierro: es mi alma que busca, aunque lo que encuentre será, por
mucho, ajeno al exilio.
No volveré; no, al menos, al mismo punto.
De mí mismo no puedo huir.
http://www.nucleoinformativo.com/opinion/85-viejo-mundo/12496-diario-de-viaje.html
http://miguelmandujano.blogspot.com/
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